San Buenaventura, gran doctor seraphicus de la Iglesia y uno de los filósofos preferidos por los místicos occidentales, decía que los seres humanos disponen de tres modalidades diferentes de adquisición de conocimiento.
El ojo de la carne
(mediante el cual percibimos el mundo externo del espacio, el tiempo y los
objetos), el ojo de la razón (que nos proporciona el conocimiento de la
filosofía, de la lógica y de la mente) y el ojo de la contemplación (que nos
permite acceder a las realidades trascendentes).
Todo conocimiento es, además, una especie de
illuminatio y, en este sentido, existe una iluminación exterior e inferior
–lumen exterius y lumen inferius– (que da luz al ojo de la carne y nos permite
conocer los objetos sensoriales), una lumen interius (que ilumina el ojo de la
razón y nos proporciona el conocimiento de las verdades filosóficas) y una
lumen superius, la luz del Ser trascendente (que ilumina el ojo de la
contemplación y nos revela la verdad curativa, «la verdad que nos ilumina»).
Ahora bien, aunque la terminología de ojo de la carne,
ojo de la mente y ojo de la contemplación sea netamente cristiana, todas las
grandes tradiciones, filosóficas y religiosas expresan, de un modo u otro,
conceptos similares. De hecho, los «tres ojos» del ser humano se corresponden
con los tres principales dominios del ser descritos por la filosofía perenne:
el ordinario (carnal y material), el sutil (mental y anímico) y el causal
(trascendente y contemplativo).
Cuando los filósofos empíricos como Locke, por ejemplo,
afirmaban que todo conocimiento es experiencial, querían decir que todo
conocimiento mental es antes un conocimiento sensorial. Por el contrario,
cuando los budistas afirman que «la meditación es experiencial» no están diciendo
lo mismo que Locke, sino que utilizan el término «experiencia», para referirse
a «la conciencia directa y no mediatizada por formas y símbolos».)
El ojo de la razón, o en términos más generales, el ojo
de la mente (la meditatio, el lumen interius), participa del mundo de las
ideas, de las imágenes, de la lógica y de los conceptos. Éste es el reino sutil.
Gran parte del pensamiento moderno se asienta exclusivamente en el ojo empírico,
el ojo de la carne, por eso conviene recordar que el ojo de la mente no puede
restringirse al ojo de la carne ya que el dominio de lo mental incluye, pero
trasciende, al dominio de lo sensorial. Además, el ojo de la mente no sólo
incluye al ojo de la carne, sino que se eleva por encima de él. La imaginación.
Aunque el ojo de la mente dependa del ojo de la carne
para adquirir parte de su información, no todo el conocimiento mental procede
del conocimiento carnal ni se ocupa exclusivamente de los objetos carnales.
Nuestro conocimiento no es tan sólo empírico y carnal. «Según los
sensacionalistas [es decir, los empiristas] –dice Schuon–, todo conocimiento se
origina en la experiencia sensorial [el ojo de la carne]. Van tan lejos como
para afirmar que el conocimiento humano no tiene forma alguna de acceder al
conocimiento suprasensorial ignorando, por lo tanto, el hecho de que lo
suprasensible puede ser objeto de una percepción verdadera y, por consiguiente,
de una experiencia concreta. Así pues, esos pensadores construyen sus sistemas
sobre un error intelectual, sin considerar siquiera el hecho de que
innumerables hombres, tan inteligentes, al menos como ellos, hayan llegado a
conclusiones diferentes.»
Como decía Schumacher, el hecho es que
«hablando en términos generales, nosotros no sólo “vemos” con nuestros ojos
sino también con gran parte de nuestro equipamiento mental [el ojo de la
mente]… A la luz del intelecto [el lumen interius], podemos ver cosas
invisibles para los sentidos corporales… Los sentidos no nos permiten, por
ejemplo, determinar la certeza de una idea». Las matemáticas, por ejemplo,
constituyen un conocimiento no empírico de un conocimiento supraempírico
descubierto, iluminado y llevado a cabo por el ojo de la razón, no por el ojo
de la carne.
Todos los manuales introductorios de filosofía
coinciden en este punto: «Corresponde a los físicos determinar si estas
expresiones [matemáticas] se refieren a algo físico. Las afirmaciones
matemáticas se refieren a las relaciones lógicas, no a su significado empírico
o fáctico [si es que tienen alguno]».
Como dice Whitehead, la mayor parte de las matemáticas
constituyen un conocimiento transempírico y apriorístico
Lo mismo podríamos decir de la lógica, ya que la
verdad de una deducción lógica no depende de su relación con los objetos
sensoriales sino de su consistencia interna. Nosotros podemos formular un
silogismo lógicamente impecable como natural/sensorial, algo muy parecido a lo
que afirman las tradiciones orientales cuando dicen que lo ordinario procede de
lo sutil (que, a su vez, se origina en lo causal).
En las matemáticas y en la lógica –y, más aún, en la
imaginación, en el conocimiento conceptual, en la intuición psicológica y en la
creatividad–, vemos, con el ojo de la mente cosas que no se hallan presentes
ante el ojo de la carne. Por ello decimos que el dominio de lo mental incluye
–al tiempo que trasciende– el dominio de lo carnal.
El ojo de la contemplación es al ojo de la razón lo que
el ojo de la razón al ojo de la carne. Del mismo modo que la razón trasciende a
la carne, la contemplación trasciende a la razón. Así como la razón no puede
reducirse al conocimiento carnal ni originarse en él, la contemplación tampoco
puede reducirse ni originarse en la razón. El ojo de la razón es transempírico,
pero el ojo de la contemplación es transracional, translógico y transmental.
«La gnosis [el ojo de la contemplación, el lumen superius] trasciende el reino
mental y a fortiori al reino de los sentimientos [el reino sensorial]. La
investigación filosófica, por consiguiente, no tiene nada que ver con la
contemplación ya que la primera se ajusta de manera estricta a un principio
fundamental de adecuación verbal radicalmente opuesto a cualquier finalidad
liberadora, a cualquier trascendencia de la esfera de lo verbal.»
Baste con
suponer, por el momento, que los seres humanos poseen un ojo de la carne, un
ojo de la razón y un ojo de la contemplación; que cada ojo tiene sus propios
objetos de conocimiento (sensorial, mental y trascendental); que un ojo
superior no puede ser reducido a un ojo inferior ni explicado por él, y que
cada ojo es válido y útil en su propio dominio, pero incurre en una falacia
cuando pretende captar por completo los ámbitos superiores o inferiores.
Cualquier paradigma
transpersonal auténticamente comprehensivo deberá recurrir por igual al ojo de
la carne, al ojo de la mente y al ojo de la contemplación. Cualquier nuevo
paradigma auténticamente trascendental deberá utilizar e integrar los tres
ojos, ordinario, sutil y causal. Y puesto que, hablando en términos generales,
la ciencia empírico-analítica pertenece al ojo de la carne, la filosofía
fenomenológica y la psicología al ojo de la mente y la religión/meditación al
ojo de la contemplación, cualquier nuevo paradigma auténticamente trascendental
deberá integrar y sintetizar el empirismo, el racionalismo y el
trascendentalismo. Y el principal escollo que deberemos esquivar en este intento
es la tendencia a incurrir en el error categorial que consiste en el intento de
un ojo de usurpar el papel de los demás.
San
Buenaventura, gran doctor seraphicus de la Iglesia y uno de los filósofos
preferidos por los místicos occidentales, decía que los seres humanos disponen
de tres modalidades diferentes de adquisición de conocimiento.
El ojo de la carne
(mediante el cual percibimos el mundo externo del espacio, el tiempo y los
objetos), el ojo de la razón (que nos proporciona el conocimiento de la
filosofía, de la lógica y de la mente) y el ojo de la contemplación (que nos
permite acceder a las realidades trascendentes).
Todo conocimiento es, además, una especie de
illuminatio y, en este sentido, existe una iluminación exterior e inferior
–lumen exterius y lumen inferius– (que da luz al ojo de la carne y nos permite
conocer los objetos sensoriales), una lumen interius (que ilumina el ojo de la
razón y nos proporciona el conocimiento de las verdades filosóficas) y una
lumen superius, la luz del Ser trascendente (que ilumina el ojo de la
contemplación y nos revela la verdad curativa, «la verdad que nos ilumina»).
Ahora bien, aunque la terminología de ojo de la carne,
ojo de la mente y ojo de la contemplación sea netamente cristiana, todas las
grandes tradiciones, filosóficas y religiosas expresan, de un modo u otro,
conceptos similares. De hecho, los «tres ojos» del ser humano se corresponden
con los tres principales dominios del ser descritos por la filosofía perenne:
el ordinario (carnal y material), el sutil (mental y anímico) y el causal
(trascendente y contemplativo).
Cuando los filósofos empíricos como Locke, por ejemplo,
afirmaban que todo conocimiento es experiencial, querían decir que todo
conocimiento mental es antes un conocimiento sensorial. Por el contrario,
cuando los budistas afirman que «la meditación es experiencial» no están diciendo
lo mismo que Locke, sino que utilizan el término «experiencia», para referirse
a «la conciencia directa y no mediatizada por formas y símbolos».)
El ojo de la razón, o en términos más generales, el ojo
de la mente (la meditatio, el lumen interius), participa del mundo de las
ideas, de las imágenes, de la lógica y de los conceptos. Éste es el reino sutil.
Gran parte del pensamiento moderno se asienta exclusivamente en el ojo empírico,
el ojo de la carne, por eso conviene recordar que el ojo de la mente no puede
restringirse al ojo de la carne ya que el dominio de lo mental incluye, pero
trasciende, al dominio de lo sensorial. Además, el ojo de la mente no sólo
incluye al ojo de la carne, sino que se eleva por encima de él. La imaginación.
Aunque el ojo de la mente dependa del ojo de la carne
para adquirir parte de su información, no todo el conocimiento mental procede
del conocimiento carnal ni se ocupa exclusivamente de los objetos carnales.
Nuestro conocimiento no es tan sólo empírico y carnal. «Según los
sensacionalistas [es decir, los empiristas] –dice Schuon–, todo conocimiento se
origina en la experiencia sensorial [el ojo de la carne]. Van tan lejos como
para afirmar que el conocimiento humano no tiene forma alguna de acceder al
conocimiento suprasensorial ignorando, por lo tanto, el hecho de que lo
suprasensible puede ser objeto de una percepción verdadera y, por consiguiente,
de una experiencia concreta. Así pues, esos pensadores construyen sus sistemas
sobre un error intelectual, sin considerar siquiera el hecho de que
innumerables hombres, tan inteligentes, al menos como ellos, hayan llegado a
conclusiones diferentes.»
Como decía Schumacher, el hecho es que
«hablando en términos generales, nosotros no sólo “vemos” con nuestros ojos
sino también con gran parte de nuestro equipamiento mental [el ojo de la
mente]… A la luz del intelecto [el lumen interius], podemos ver cosas
invisibles para los sentidos corporales… Los sentidos no nos permiten, por
ejemplo, determinar la certeza de una idea». Las matemáticas, por ejemplo,
constituyen un conocimiento no empírico de un conocimiento supraempírico
descubierto, iluminado y llevado a cabo por el ojo de la razón, no por el ojo
de la carne.
Todos los manuales introductorios de filosofía
coinciden en este punto: «Corresponde a los físicos determinar si estas
expresiones [matemáticas] se refieren a algo físico. Las afirmaciones
matemáticas se refieren a las relaciones lógicas, no a su significado empírico
o fáctico [si es que tienen alguno]».
Como dice Whitehead, la mayor parte de las matemáticas
constituyen un conocimiento transempírico y apriorístico
Lo mismo podríamos decir de la lógica, ya que la
verdad de una deducción lógica no depende de su relación con los objetos
sensoriales sino de su consistencia interna. Nosotros podemos formular un
silogismo lógicamente impecable como natural/sensorial, algo muy parecido a lo
que afirman las tradiciones orientales cuando dicen que lo ordinario procede de
lo sutil (que, a su vez, se origina en lo causal).
En las matemáticas y en la lógica –y, más aún, en la
imaginación, en el conocimiento conceptual, en la intuición psicológica y en la
creatividad–, vemos, con el ojo de la mente cosas que no se hallan presentes
ante el ojo de la carne. Por ello decimos que el dominio de lo mental incluye
–al tiempo que trasciende– el dominio de lo carnal.
El ojo de la contemplación es al ojo de la razón lo que
el ojo de la razón al ojo de la carne. Del mismo modo que la razón trasciende a
la carne, la contemplación trasciende a la razón. Así como la razón no puede
reducirse al conocimiento carnal ni originarse en él, la contemplación tampoco
puede reducirse ni originarse en la razón. El ojo de la razón es transempírico,
pero el ojo de la contemplación es transracional, translógico y transmental.
«La gnosis [el ojo de la contemplación, el lumen superius] trasciende el reino
mental y a fortiori al reino de los sentimientos [el reino sensorial]. La
investigación filosófica, por consiguiente, no tiene nada que ver con la
contemplación ya que la primera se ajusta de manera estricta a un principio
fundamental de adecuación verbal radicalmente opuesto a cualquier finalidad
liberadora, a cualquier trascendencia de la esfera de lo verbal.»
Baste con
suponer, por el momento, que los seres humanos poseen un ojo de la carne, un
ojo de la razón y un ojo de la contemplación; que cada ojo tiene sus propios
objetos de conocimiento (sensorial, mental y trascendental); que un ojo
superior no puede ser reducido a un ojo inferior ni explicado por él, y que
cada ojo es válido y útil en su propio dominio, pero incurre en una falacia
cuando pretende captar por completo los ámbitos superiores o inferiores.
Cualquier paradigma
transpersonal auténticamente comprehensivo deberá recurrir por igual al ojo de
la carne, al ojo de la mente y al ojo de la contemplación. Cualquier nuevo
paradigma auténticamente trascendental deberá utilizar e integrar los tres
ojos, ordinario, sutil y causal. Y puesto que, hablando en términos generales,
la ciencia empírico-analítica pertenece al ojo de la carne, la filosofía
fenomenológica y la psicología al ojo de la mente y la religión/meditación al
ojo de la contemplación, cualquier nuevo paradigma auténticamente trascendental
deberá integrar y sintetizar el empirismo, el racionalismo y el
trascendentalismo.Y el principal escollo que deberemos esquivar en este intento
es la tendencia a incurrir en el error categorial que consiste en el intento de
un ojo de usurpar el papel de los demás.
Creo que tenemos un cuarto OJO, EL OJO CRITICO, es el elemento negativo, que regularmente no ve si no lo malo de las cosas de los demás, que podría subdividirse en OJO CRITICO , POSITIVO Y NEGATICO.
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