El libro de los veinticuatro filósofos cuyo
título original en latín era Liber
viginti quattuor philosophorum, fue publicado en su forma
original por Clemens Baeumker en 1913 y más tarde en 1927), es un libro de autor desconocido, creado, al parecer,
en el siglo XII, durante la Edad Media,
cuyo contenido consiste en un grupo de veinticuatro sentencias, cada una con la
intención de definir a Dios, enmarcadas, al parecer, en un contexto neoplatónico y hermético,
cuya influencia se extendería no solo en la edad media sino hasta épocas más
modernas, ya que una de sus sentencias más famosas, la número II, señala: «Dios
es una esfera infinita cuyo centro se halla en todas partes y su circunferencia
en ninguna». Esta sentencia serviría de inspiración al escritor Jorge Luis Borges para la creación de su ensayo titulado La esfera de Pascal.
La pasión por este texto llegó hasta el siglo XVI, cayendo
después en desuso. Giordano Bruno sería su último defensor, citándola en su
obra La causa, principio y uno. Sin embargo, en el siglo XX esta
fórmula fue analizada por Borges en su maravilloso ensayo, La esfera de
Pascal, de su libro otras inquisiciones. Pascal
emplea esta frase en su obra pensamientos para definir la
angustia vital de la criatura ante Dios. Si nos atenemos explícitamente a la
definición, lo que ésta significa es que Dios no puede ser contenido por nada,
y que se encuentra presente en todas partes. La tradición nos lleva hasta
Hermes Trismegisto, pero debemos tomarlo como apócrifo. Ya se dice que en los
escritos de Platón está intuida esa maravillosa definición, pero es Alain de
Lille quien hará la primera formulación. Rabelais la emplea en su obra Pantagruel, y
Pascal definitivamente en sus pensamientos. Pero el análisis
medieval que hay entre Lille y Pascal es pasmoso. Todos los filósofos de la
época comentaron el texto y en especial la sentencia. Así tenemos a Pedro
Lombardo, autor de las famosas Sentencias, a Tomás de York y a
Tomás de Aquino. Algunos autores han observado la procedencia neoplatónica del
texto debido al proceso emanativo que se percibe en las distintas definiciones,
pero otros lo han querido ver como una continuación del pensamiento de
Aristóteles. Quizás de todos los comentadores, debemos destacar a Nicolas de
Oresme y Tomas Bradwardine, ya que ambos postularon la infinitud espacial del
universo en el vacío, donde se encuentra Dios. Asimismo, el cardenal Nicolás de
Cusa debe tenerse en cuenta, pues con su pensamiento de la coincidencia de los
contrarios, lleva a un nuevo nivel de comprensión la definición de la
divinidad. Dios es el máximo y el mínimo, el alfa y el omega, el principio y el
final de todo cuanto existe.
«Quizá la historia universal es la historia de unas cuantas
metáforas», escribió una vez Borges en una brillante reflexión sobre la
representación de Dios y del Ser como «esfera infinita». La larga trayectoria
de esta metáfora, muy discutida durante toda la Edad Media por teólogos, no
puede prescindir del segundo aforismo de este anónimo Libro de los veinticuatro
filósofos, enigmático texto de la segunda mitad del siglo XII que recoge las
definiciones de la divinidad propuestas por veinticuatro sabios reunidos en un
simposio: «Dios es una esfera infinita cuyo centro se halla en todas partes y
su circunferencia en ninguna». La profundidad y belleza de esta sentencia no
dejará de fascinar a la cultura europea a través de los siglos: será recogida y
reelaborada por Alain de Lille, Maestro Eckhart y Nicolás de Cusa en el
Medioevo; por Giordano Bruno y Copérnico en el Renacimiento; un siglo después
por Pascal, hasta llegar al simbolismo geométrico del Romanticismo alemán. Las
veinticuatro definiciones que componen el Liber, seguidas de un comentario que
alumbra su íntima coherencia teórica, expresan las condiciones generales que
llevan a la mente humana a traducir en conceptos la intuición noética de lo
divino, bajo la comprensión de un pensamiento que aspira a conjugar la
revelación cristiana con la razón neoplatónica.
Habiéndose congregado
veinticuatro filósofos, tan sólo una cuestión les quedó sin resolver: ¿Qué es
Dios? Entonces, por decisión común, se concedieron un tiempo y figaron el
momento de un nuevo encuentro. Cada uno de ellos expondría su propia idea de
Dios en forma de definición, de modo que a partir de cada una de sus
definiciones pudiesen establecer, de común acuerdo, algo cierto a propósito de
Dios.
I
DIOS
ES UNA MÓNADA QUE ENGENDRA UNA MÓNADA, Y REFLEJA
EN
SÍ MISMO UNA SOLA LLAMA DE AMOR.
Esta definición está formada de
acuerdo con la representación de la primera causa, en tanto que se múltiple
numéricamente en sí misma, de modo que el multiplicante sea concebido como el
uno, el multiplicando como el dos, y lo que se refleja como el tres. Así
ocurre, en cambio, con los números: cada unidad posee un numero propio, ya que
es reflejada en un número diverso por los demás.
II
DIOS
ES UNA ESFERA INFINITA CUYO CENTRO SE HALLA EN TODAS
PARTES
Y SU CIRCUNFERENCIA EN NINGUNA.
Esta definición está formulada de
modo que se imagina la primera causa, en su vida, como un continuo. El término
de su extensión se pierde por encima del dónde e incluso más allá. Por esta
razón, su centro está en todas partes, y el alma no puede pensarlo con
dimensión alguna. Cuando busque la circunferencia de su esfericidad, dirá que
se halla elevada al infinito, puesto aquello que carece de dimensión es
indeterminado, como lo fue el inicio de la creación.
III
DIOS
ESTÁ TODO ÉL EN CUALQUIER PARTE DE SÍ.
Esta
definición está formulada tomando en consideración la esencia divina en su
simplicidad.
Como quiera que no existe nada
que se le oponga, y ella misma se halla toda entera en todas partes, e incluso
por encima y más allá del dónde, no experimenta división por defecto en sí
misma de una potencia incompleta, ni permanece circunscrita por una potencia
ajena que la domine.
IV
DIOS
ES MENTE QUE ENGENDRA LA PALABRA Y PERSEVERA EN LA
UNION.
Esta
definición expresa en sus diversas relaciones la vida propia de la esencia
divina.
En efecto, el engendrador se
multiplica engendrando; su progenitor se presenta como verbo, puesto que es
engendrada; y en el vínculo de unión se constituye en igualdad aquel procede en
el espíritu.
V
DIOS
ES AQUELLO DE LO QUE NADA MEJOR SE PUEDE PENSAR
Esta
definición está formulada a partir de su fin.
La unidad, es en verdad, el fin y
la perfección. De modo que lo que la unidad indica es el bien, y cuanto mayor
es la unidad, mayor es el bien. De modo que el gozo de la verdad de toda
esencia es su vida, pero toda vida procede de la unidad, y ésta de una
indivisión íntima. Así pues, cuanto mayor es la unidad, mayor es la vida. La
unidad de Dios es suprema.
VI
DIOS
ES AQUELLO EN COMPARACIÓN CON LO CUAL TODA
SUBSTANCIA
ES ACCIDENTE, Y EL ACCIDENTE ES NADA.
Esta
definición está formulada en términos de relación.
El sujeto de este accidente es
una substancia propia unida a una substancia ajena. Si esta última desaparece,
perece el accidente, es decir, la propiedad agente. De modo que, en la relación
con la primera causa, toda substancia es accidente, y el accidente es nada,
puesto que nada subyace a su substancia como algo ajeno: la substancia divina
es como una substancia propia que no se altera.
VII
DIOS
ES PRINCIPIO SIN PRINCIPIO, PROCESO SIN MUDANZA, FIN
SIN
FIN.
Esta
definición está formulada en términos de especie.
El engendrador, en verdad, tiene
dignidad de principio en virtud de la generación. Y existe en principio sin
tener un antes. El engendrado procede en la generación hacia el fin, pero no
experimenta mudanza en su naturaleza de término medio. El texto quiere decir de
hecho que el fin es idéntico para el verdadero engendrador y el verdadero
engendrado, puesto que la vida divina no es más que una sola vida en común;
pero no es un fin con respecto a una obra, como la quietud con respecto al
movimiento.
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