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SI BIEN TODO PARECE, NADA ES Y TODO ES AL MISMO TIEMPO

 

Si bien todo parece, NADA ES y TODO ES al mismo tiempo     

Hemos dicho que el Ser es la realidad última de la creación y que está presente en todos los estratos de ella. Está presente en todas las formas, palabras, olores, sabores y objetos de tacto; en todo lo que se experimenta, en los sentidos de percepción y en los órganos de acción, en todos   los fenómenos, en el que hace y en la obra hecha, en todas las direcciones: norte, sur, este y oeste; en todo tiempo: pasado, presente y futuro, está uniformemente presente. Está presente delante del hombre, detrás de él y dentro de él, a su izquierda y a su derecha, encima de él, debajo de él y dentro de él. En todas partes y en todas las circunstancias, el Ser, el constituyente esencial de la creación, impregna sodas las cosas. Dios omnipresente para aquéllos que Lo conocen, Lo entienden, Lo sienten y Lo viven en sus vidas.


La totalidad de la creación es el campo de la conciencia en diferentes formas y fenómenos. La conciencia es la irradiación desde el centro del Ser puro.   

Aquellos cuyos corazones y mentes no están cultivados, cuya visión está limitada por lo que es obvio, sólo ven el valor superficial de la vida. Ellos no descubren más que cualidades de materia y energía. No perciben el Ser inocente, omnipresente y sempiterno, cuya suave presencia está más allá de cualquier grado relativo de ternura. Ellos no gozan del Ser todopoderoso en su estado, inmutable, que está más allá de la fase obvia de las formas y fenómenos de materia y energía, de la mente y la individualidad.

El Ser puro es de naturaleza trascendental, debido a su condición de constituyente esencial del universo. Es más fino que lo más fino en la creación. Su naturaleza no es estar expuesto a los sentidos, los cuales están concebidos para transmitir sólo la experiencia de la realidad manifiesta de la vida. Y no está expuesto, de forma obvia, a la percepción de la mente porque la mente está en sumo grado relacionada con los sentidos. La constitución de la mente es tal que, para cualquier experiencia, tiene que asociarse con los sentidos y ponerse en contacto con el mundo exterior de las formas y los fenómenos.


La experiencia muestra que el Ser es la naturaleza esencial y básica de la mente. Pero, puesto que la mente, de ordinario, sigue armonizada con los sentidos, proyectándose hacia afuera, hacia los campos manifiestos de la creación, no acierta a apreciar su propia naturaleza esencial o fracasa en el intento, exactamente igual que los ojos son incapaces de verse a sí mismos. Todo, excepto los ojos mismos, puede ser visto a través de los ojos.


El filósofo alemán Leibniz se preguntó en el siglo XVII por qué hay algo en lugar de nada. Es decir, ¿Cuál es la causa de que el universo exista? ¿De dónde salen todas esas estrellas, planetas y nosotros mismos? La respuesta de Leibniz era la usual: hay algo porque Dios lo creó. Aunque se trata de una explicación que deja el asunto relativamente zanjado. No solo porque se intenten buscar explicaciones seculares a cómo es y cómo funciona el mundo, ya que seguimos sin saber por qué Dios es como es y no de otra forma.

Recordar al filósofo Sydney Morgenbesser, que la contestaba con un “si no hubiera nada, aún os seguiríais quejando”.

Dios lo hizo. Hoy en día, las explicaciones que recurren a Dios se acogen con sospecha, pero eso no quiere decir que no las haya. John Leslie y Robert Lawrence Kuhn citan en su libro  (El misterio de la existencia) a filósofos contemporáneos como Alvin Platinga y Richard Swinburne, por ejemplo.

Uno de los argumentos a los que se suele recurrir para que la idea de Dios no resulte fácilmente descartable es el del “ajuste fino” (fine tuning) del universo. Según esta idea, las leyes físicas están tan afinadas que cambios muy pequeños harían imposible que surgiera la vida. Esta teoría se encuentra con algunas objeciones:

Vivimos en el mejor de los mundos. Platón escribió en La República que el Bien es la razón de la existencia de todas las cosas conocidas. Para el filósofo John A. Leslie, esta afirmación podría ser literal. En su opinión, al menos, que nuestro universo es mejor que nada.

Sin embargo, en su opinión, lo más probable es que nuestro universo sea uno de los que se puede regir por leyes relativamente simples. Y si el criterio es la simplicidad, justamente lo más sencillo es que ni siquiera haya un criterio concreto.

En estas circunstancias y como recoge Holt en su libro, lo más probable sería una posibilidad cósmica “sin ninguna característica en especial. El universo sería “una mezcla indiferente de bien y de mal, de belleza y fealdad, de orden y caos, de todo y de nada…”.


El problema no tiene sentido. Ludwig Wittgenstein escribía en el Tractatus Logico-Philosophicus que “lo místico no es cómo es el mundo, sino que el mundo sea”, reconociendo que la pregunta de por qué hay algo en lugar de nada resulta, al menos, intrigante. Pero apenas unas líneas más abajo el filósofo concluye que “el enigma no existe”. Para el Wittgenstein del Tractatus, esta cuestión no es más que un pseudo problema: hablar de por qué hay algo en lugar de nada no tiene sentido, es algo que excede los límites de nuestro lenguaje.

No es el único que cree innecesario debatir la existencia de las cosas. Henri Bergson consideraba que la idea de la nada absoluta era absurda: “No tiene más significado que un círculo cuadrado”. Se trata de “una pseudo idea, un espejismo conjurado por nuestra imaginación”.

Al final, Morgenbesser tenía razón. Nunca estamos contentos.



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