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¡ESCUCHAR! ¡OIR!

 Oír es la capacidad biológica de percibir sonidos que, articulados en forma de códigos específicos, transmiten un mensaje comprensible, … escuchar es un acto totalmente diferente. Aunque su raíz es biológica y descansa en el fenómeno del oír, escuchar no es simplemente oír. Escuchar pertenece al dominio del lenguaje, y se constituye en nuestras interacciones sociales con otros. Lo que diferencia el escuchar del oír es el hecho de que, cuando escuchamos, generamos un mundo interpretativo. El acto de escuchar siempre implica comprensión. Escuchar es oír más interpretar. 

Este breve discurrir por el mundo de las conversaciones, con su parte de escucha y su parte de habla, permite concluir que la palabra tiene un inmenso poder que debe ser administrado con prudencia y humildad.
Saber escuchar no es sólo un signo de buena educación. Se escucha para entender y para conocer a los otros. No se debe, por tanto, escuchar sólo por cumplir. Además, no se debe interrumpir, ya que se debe dejar a la otra persona que se exprese libremente.
Disponerse a una reflexión acerca de lo que han significado en la dimensión filosófica los actos de hablar y escuchar, lleva implícita una forma de comprensión no lejana de lo que un pensador como Habermas ha llamado “el mundo de la vida”
La meditación sobre la escucha pone de presente que ésta es una función que abarca lo pensable y deja por fuera la duda de no estar en el horizonte del lenguaje; en consecuencia, lo que subyace a una filosofía y a una práctica de la escucha no es más que el territorio de las lenguas. De ahí que no son simples ni están exentos de responsabilidad los actos nombrados con la palabra, pues ésta. Oír, escuchar, comprender implica ante todo un entender conducente a la comprensión. “Oír y entender están tan estrechamente vinculados que toda la articulación del lenguaje se pone a contribución en la situación.
En el acto de la escucha algo debe quedar claro y es que éste no puede efectuarse con la ilusión de hallar una armonía, una correspondencia inmediata y satisfactoria de la demanda, pues no debe excluirse el motivo, preferible el deseo que la ocasiona. Es una expectativa que no puede faltar a quien atiende requerimientos como éste.
Oír y escuchar son dos actitudes distintas. Al cabo de un día se oyen muchas cosas, pero se escucha poco. Cuando oímos no prestamos una atención profunda, sino que simplemente captamos la sucesión de sonidos que se produce a nuestro alrededor. Mientras que cuando escuchamos nuestra atención va dirigida hacia algún sonido o mensaje específico, es decir, existe una intencionalidad, encontrándose todos nuestros sentidos enfocados a lo que estamos recibiendo. Así, las personas que saben escuchar a otros, los acompañan en su viaje por la vida.
Ocurre a veces que cuando estamos hablando con otra persona tenemos tanto el otro como nosotros dificultades para escuchar, pasando de escuchar a oír en muchas ocasiones, mientras elaboramos qué vamos a decir cuando el otro acabe, en vez de intentar prestar atención a lo que nos dicen, quedando el diálogo bloqueado por incontinencias verbales; ya que si todos queremos hablar a la vez y no se escuchan las razones de los otros, no habrá diálogo como tal sino monólogos yuxtaponiéndose.
El diálogo exige una actitud silenciosa de escucha atenta.  El escritor y orador J. Krishnamurti afirmaba “Escuchar es un acto de silencio”. Mientras no callemos nuestro diálogo interno y prestemos atención a nuestro interlocutor, no aprenderemos a escuchar. Solo una actitud de escucha atenta hace fecunda la palabra que podemos dar a nuestro interlocutor.






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