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¿QUÉ ES LA HUMILDAD?

 

“Humildad”. La etimología nos dice que procede de “humus”, es decir, aquello que se desprende de la naturaleza y a que a su vez la fertiliza y la hace crecer. Sería pues “lo esencial”. La virtud de la humildad ayuda a la persona a dominar el apetito desordenado de la propia excelencia y, por lo tanto, crea en parte, un ambiente adecuado para la convivencia entre personas. Sin embargo, nuestra descripción operativa que habla de esto, parece contrario a la negación de uno mismo. No es así, porque no sólo existe el vicio de la soberbia, vanidad, orgullo, frente a la humildad, sino también el vicio que supone la desordenada abdicación del propio honor y fama. Por eso parece claro que, para ser humilde, hace falta ser realista, conociéndose a sí mismo tal como uno es.

Siempre encontraremos cosas en nuestro propio ser que no nos gustan, capacidades que no estamos aprovechando o cualidades que no estamos desarrollando. La verdad es que, si uno empieza a considerarse seriamente, se percata de que vale muy poco. En esta situación, lo lógico podría ser aceptar la situación e intentar luchar para superarse, aunque generalmente, algunas personas se refugian en la soberbia, vanidad, destacando lo que poseen, o lo que hacen mejor que los demás, para justificar su presencia en la vida social. 
Humildad es mirarnos como somos, sin paliativos, con la verdad. Y al comprender que apenas valemos algo. “Esta es nuestra grandeza”. La justa medida de la realidad del hombre, no viene por su relación con otros hombres, sino, ante todo, por su relación con el Creador. Lo mismo sucede con la soberbia, que no es primariamente una forma de exaltarse frente a los otros hombres, sino a una postura ante Dios. Este carácter de criatura, inherente al hombre, es lo que afirma ante todo la humildad y es lo que, en la práctica, así como Jesús. La soberbia niega y destruye.
Parece evidente, por lo que hemos dicho, que la humildad es una virtud fundamental para el desarrollo de la fe. Humildad es andar en verdad; soberbia es andar en mentira.
La humildad sirve para la vida natural y sobrenatural. La disposición verdadera para la fe es el reconocimiento de todo lo que tiene carácter de rectitud natural, de amor a la verdad, de apertura ante lo noble, justo y bello, que se encuentra en la vida humana.
Vamos a considerar algunos de los problemas más frecuentes para lograr este estado de humildad. Para ser humilde, la persona puede contar con la ayuda de otras virtudes muy relacionadas. Concretamente, la modestia, la mansedumbre, y la estudiosidad, la sobriedad, la flexibilidad, etc. Detrás de todas ellas, se encuentra una actuación de acuerdo con criterios rectos y verdaderos. Por otra parte, habrá que hacer compatible el trabajo bien hecho, que tiene éxito, que produce éxito, o las relaciones con los demás bien llevadas, que también producen una exaltación natural con los demás, y una posible falta de humildad. Aquí lo único que nos puede guiar es la rectitud de intención. Evitar lo estridente, lo poco común, en lo que se pueda. Utilizar los medios normales sin exageraciones y luego aprender y rectificar la intención cuando se introduce alguna desviación.
En esta vida el creyente necesita humildad. La disposición humana del edificio sobrenatural, que se apoya en la fe, se encuentra en la humildad. “Reconoce tus propias insuficiencias, tus cualidades y capacidades y aprovéchalas para obrar bien sin llamar la atención ni requerir el aplauso ajeno”.
La humildad es difícil de encontrar en la actualidad, cuando vivimos en una sociedad que rebasa de egoísmo, donde las personas viven preocupadas por lo material, por el éxito, por el dinero y por el poder. La humildad se opone a la soberbia, ya que quien es humilde no es pretencioso, interesado ni egoísta como sí lo es alguien que practica la soberbia, vanidad. Un soberbio hace las cosas por conveniencia, un humilde las hace por amor al otro.
Se trataría en primer lugar de una sencilla invitación a ver nuestras limitaciones y a saber reconocerlas Quien cree que ya lo sabe todo no irá más allá, la soberbia engulle a la humildad y origina personas engreídas a la vez que resentidas. Ser humilde no es ser débil o ingenuo, al contrario, nos aporta lucidez y una fuerza particular para ver las cosas en toda su realidad. Las personas humildes no
se vanaglorian de sus éxitos. Las cosas pequeñas son las que tejen los actos verdaderamente importantes, esos códigos sencillos que tanto nos aportan: una sonrisa, una palabra, un gesto de empatía… aspectos que se instalan en nuestra memoria y que nos aportan la verdadera felicidad.
Nunca es fácil hacer una lectura profunda de lo que somos. No basta con mirarnos al espejo para preguntarnos cómo nos trata el tiempo, porque la vida además  de esa arruga, o en el color blanco de nuestro cabello. También la auténtica vida estará, sin duda, en ese gesto un poco más triste que refleja el espejo y en nuestros actos.
La humildad nos enseña a ser objetivos con nosotros mismos, a aceptar nuestros errores y a ver que todos tenemos límites.



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