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FILOSOFÍA CONTRA EL FANATISMO

 

A lo largo de la historia, los grandes enemigos de la Humanidad parecen reencarnarse en cada época, vestidos con distintos ropajes, hablando diferentes lenguas, pero siempre semejantes en sus devastadoras acciones. Uno de ellos es el fanatismo, especie de enfermedad mental colectiva, que arrastra en torbellinos fatales a grupos humanos y les conduce a las más vergonzosas y criminales
acciones. Las páginas más tristes de la Historia son las que recogen los hechos marcados por los fanatismos, en todos los tiempos, en todos los pueblos, pues ninguno se libra de haber padecido esta desgracia en algún momento, como si fuera una nube cargada de negros presagios que va recorriendo los lugares y los tiempos, descargando aquí y allá su tormenta envenenada. Las obras de los fanáticos son siempre destructoras, apenas si proporcionan felicidad o serenidad, sino todo lo contrario, lo suyo es la coacción, la fuerza, la amenaza, el miedo, la vejación, la muerte.

Los seguidores de esa corriente nefasta pueden reclutarse en ámbitos también variables: pueden encontrarse en grupos políticos, religiosos, pero también aparecen en otros ámbitos, como los profesionales, o los académicos. No toleran a nadie que se atreva a pensar de manera diferente, o que tenga otra visión del mundo, otras creencias, otra manera de ver la vida, pues se creen en posesión de la verdad más absoluta y los demás son unos equivocados que no merecen más que la destrucción y el aniquilamiento. El fanatismo es un estado mental que se caracteriza por la adhesión a un cuerpo de creencias de manera tenaz y prolongada en el tiempo. Esa adhesión a teoría, cultura, modo de vida o religión está envuelta en una pasión exagerada, desmedida e irracional en muchos casos. Y así como hay muchos tipos de fanáticos, también hay diferentes tipos de fanatismos.

El fanatismo implica un entusiasmo desmedido y monomanía en torno a determinados temas. Muchas veces propicia acciones exageradas y violencia. Para una persona fanática, sus creencias son superiores a las de las demás personas. También abordan sus convicciones de una manera incondicional dando una fuerte adhesión afectiva hacia ellas.

En todos los tipos de fanatismo prevalecen los dogmatismos, o “verdades absolutas”. De hecho, lo son porque no existe la posibilidad de hacerles una crítica racional y quienes creen en ellas se despojan de su espíritu crítico. No se admite la libre discusión, ni mucho menos la puesta en tela de juicio de esas afirmaciones. En todos ellos está la misma impronta: pasión sin límites e intolerancia frente a todo aquello que se aparte de la creencia central. La persona fanática termina creyendo que posee todas las verdades y que ha logrado encontrar todas las respuestas. Esto le lleva a no permitir la crítica de sus ideas, pues esto no cabe en su modo de ver el mundo. En todos los tipos de fanatismo se puede vislumbrar un rechazo a la libertad. En ellos no es posible el avance del conocimiento y, en general, representan un riesgo para el tejido social, por cuanto sus acciones tienden más a la ruptura, que a la integración con los otros. El maniqueísmo es otra de las características comunes a todos los tipos de fanatismo. Las verdades son extremas; las cosas son buenas o malas sin términos medios o matices: todo es radicalizado. Esto se acompaña de desprecio y rechazo por todo aquello que no encaja en las propias creencias.
Por todo lo anterior, las personas fanáticas suelen tener rasgos como los siguientes:
Pensamiento absolutista. Creencias irracionales. Intolerancia a la frustración. Emociones exacerbadas y Poco control de los impulsos.
Por eso, existen varias especialidades que están investigando para saber más sobre un aspecto clave: cómo funciona el cerebro de un fanático. Algunas de las primeras hipótesis y conclusiones son sorprendentes. Un neurotransmisor químico llamado dopamina podría jugar un importante papel en los procesos cerebrales que conducen a los comportamientos fanáticos, independientemente de la forma en que se expresen. Las neuronas que manejan la dopamina están muy relacionadas con las emociones que experimentamos y se activan cuando el organismo obtiene placer con alguna acción. Pero, y esto es un descubrimiento clave, lo hacen en mucha mayor medida cuanto más inesperada sea dicha recompensa, “Mientras las personas no fanáticas tienen ideas, los fanáticos tienen creencias, que son funciones adaptativas para lograr certidumbre y seguridad. El fanatismo es de todos los tiempos y se deriva de cualquier idea o doctrina. El fanático ha de ser ingenuo, con razonamientos suficientes para justificar la defensa de su creencia por medio de la agresión; sigue una lógica inflexible en que trata de demostrar el por qué valora superior y exaltadamente la teoría que ha hecho suya. De ahí su intransigencia para aceptar consejos y reformas. El fanático ha de ser crédulo, sin capacidad discriminativa entre la verdad y el error, supeditando la justicia y la moral sociales a sus propias ideas, producto de la alucinación sentimental que ciega el entendimiento y que, con irresistible empuje, le forja una voluntad inquebrantable. El fanático cree, nada más cree, que la verdad le pertenece; por eso rechaza con terquedad las razones ajenas y por eso es rebelde al mandato de la autoridad, pues la supone equivocada. A veces se considera incomprendido, por lo que se conceptúa grande; y porque cree tener la verdad asida, se juzga superior. Por eso es orgulloso de sí mismo y despreciativo para los que no piensan como él. Su vanidad es enorme.
Si en algún momento descubriese que la realidad le contradice su doctrina fanática, la despreciaría, pero no de manera desdeñosa, sino irritado, agresivo, intransigente; y, si estuviera en su posibilidad, la destruiría por conceptuarla falsa, ya que sólo es verdad su verdad subjetiva. La raíz última del fanatismo es la agitación, deseo e inclinación vehemente por imponer con violencia su doctrina, su sistema. Por eso afirma, sin analizar, que los hechos deben acomodarse a su tesis, no importándole que ese acoplamiento sea forzado o falso; si no lo logra, ataca a la misma realidad que le contradice.
Si miramos, en cambio a los que han profesado la filosofía, a lo largo de la historia, no vemos fanáticos entre sus filas, más que en la biografía de alguna excepción que confirma la regla. Por el contrario, las más bellas palabras que engrandecen a la naturaleza humana han sido las que encontraron los filósofos 
de todos los tiempos, de todas las tendencias. Recordemos el discurso sobre la dignidad del hombre, de Pico de la Mirándola, o la oración de Voltaire en su Tratado sobre la Tolerancia, o las preciosas palabras de Ibn Al Arabi sobre la religión del amor.







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