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DEL BIEN Y DEL MAL

 

«Lo que se hace por amor acontece siempre más allá del bien y del mal.» Friedrich Wilhelm Nietzsche

Como regla general, podemos establecer como axioma que, para el ser humano, lo bueno, lo bello y lo saludable, sería todo aquello que habría actuado en cada momento en beneficio de su supervivencia y de la de su especie.

Para las personas religiosas, creyentes en un dios infinitamente bueno e infinitamente poderoso, ha resultado siempre muy difícil explicar la existencia del mal. ¿Cómo y cuándo comenzó el mal? ¿De quién es la responsabilidad? A lo largo de los siglos, distintos pensadores y teólogos han hecho complejas propuestas y silogismos para intentar dar una solución para este viejo problema. Difícil tarea

La supervivencia de la especie toma en cuenta el hecho de que la vida humana tiene una duración limitada, por lo que no se dispone nunca de suficiente tiempo para comprobar la consecuencia de los actos a muy largo plazo. Por ello, el hombre se dota de un conjunto pactado de reglas racionales sobre lo que es malo o bueno en función de la experiencia conocida y de un conjunto de reglas irracionales basadas en tabúes culturales o religiosos.
Las personas de mentalidad más moderada fijan algunas reglas en función de una cierta moral absoluta sobre la que se apoya el rígido eje de su existencia. Estas reglas se arraigan a veces en conceptos asentados de difícil o imposible razonamiento. El mal y el bien son conceptos abstractos que facilitan nuestro pensamiento y nuestra acción. Como el más infinito y el menos infinito matemático. Ocurre lo mismo con la belleza y la fealdad o con la salud y la enfermedad. No obstante, sabemos por nuestra experiencia que no existen los absolutos; nada ni nadie es totalmente bueno, ni bello, ni sano.
El taoísmo da una versión oriental de esta dualidad en su concepto del ying y del yang. Ambos
describen las dos fuerzas fundamentales opuestas y complementarias, que se supone se encuentran en todas las cosas. El ying es el principio femenino, la tierra, la oscuridad, la pasividad y la absorción. El yang es el principio masculino, el cielo, la luz, la actividad y la penetración.
Como postulaba el filósofo presocrático Heráclito de Éfeso en su tercer axioma «Toda distinción exige una oposición», no podría existir el bien sin el mal. Lo que existe debe ser medible (sonidos, colores, sentimientos) y toda escala de medida necesita dos extremos. Evidentemente, si todo fuera de color blanco, o verde, o negro, no existiría el color.
Heráclito centra su pensamiento en la unidad de los contrarios. «Y bien y mal son una cosa sola.
Zoroastro, partiendo del concepto de la unidad de la persona divina, se encontró obligado a explicar cómo la creación realizada por un ser perfecto podría ser imperfecta. Basándose en la antigua mitología iraní de un dios bueno ligado al orden del mundo, Ahura Mazda u Ohrmazd, y de un dios malo ligado al desorden del mundo, Ahgra Manyu o Ahrimán, propuso la existencia de dos causas primordiales inherentes al hombre y al mismo Dios. Más tarde, los doctores mazdeistas, constituyeron a partir de esta teoría una verdadera religión dualista. Pitágoras pudo haber recibido en Babilonia las enseñanzas de Zoroastro, inspirando en el futuro el dualismo platónico.
El bien y el mal no siempre fueron conceptos abstractos, aunque sí origen de superstición. El hombre primitivo no comprendía los males causados por la naturaleza y los suponía causados por el enojo de algún ser superior al que había que calmar mediante sacrificios. Hoy día se mantiene esta necesidad atávica y la constatamos por ejemplo cada Semana Santa en largas procesiones de penitencia.
En la ausencia de la abstracción conceptual a la que ahora estamos tan acostumbrados, los antiguos rabinos recogían en sus libros personajes con conductas imitables o reprobables y que pudieran servir de ejemplo para sus pueblos; justo como Salomón, paciente como Lot, obediente como Abraham, malo como Caín, etc. Las reglas morales se basaban en imitar o evitar el comportamiento de estos personajes. 
Para nuestro Baruch de Spinoza el mal no existe desde un sentido moral: no hay bien o mal por sí mismos, sólo hay bueno o malo de forma relativa al ser que vive una situación dada. La idea del mal es de hecho inadecuada al provenir de una comparación de la realidad con un modelo imaginario considerado como perfecto. El mal es entonces una interpretación humana y no hay nada perfecto en el mundo. Anticipando a Nietzsche, Spinoza propone una ética completamente amoral, más allá del bien y del mal, destinada a aumentar las fuentes de alegría (razón, virtud, sabiduría) y disminuir las fuentes de tristeza (pasiones, vicios, locuras,)
Nietzsche sostendrá que el mal proviene, no de los fenómenos, sino de la capacidad del hombre para interpretar los fenómenos. Escribió: “No hay fenómenos morales, sino únicamente una interpretación moral de los fenómenos” (Mas allá del bien y del mal). 
El mal no existe por sí mismo, es una proyección imaginaria de los “débiles” que no son capaces de asumir el carácter trágico de la realidad y tienen la necesidad de buscar un culpable para castigarlo (genealogía de la moral). 
Hoy día, la globalización facilita mucho la evaluación comparativa de las reglas del juego en las distintas culturas del planeta. Lo que es normal en un sitio puede hacerte perder una mano (o incluso la vida) en otro, e incluso, tal barbaridad, no se ve como moralmente reprobable. Para el hombre moderno no es difícil hoy día relativizar los conceptos del bien y del mal.
El escritor escocés Robert Louis Stevenson, a partir del concepto de la dualidad del bien y del mal en el ser humano, decidió incorporar esta idea en una historia. Nació así su famosa novela El extraño caso 
del doctor Jekyll y el señor Hyde 
El movimiento gnóstico de finales del siglo I se concentró en la solución del doble problema fundamental acerca del origen del mundo y del mal. “El mundo está hecho de materia y ésta se opone 
al espíritu, tal como el mal se opone al bien”.
San Ireneo admitía dos reinos: el de la Luz y el de las Tinieblas. En la cúspide del reino de la Luz, y como primer origen de los seres que le componen, estaría el Dios supremo, oculto en sí mismo e incomprensible en su esencia, del cual procederían los seres que constituyen el mundo de los espíritus. Este proceso se verifica a perfectiori ad minus perfectum, y el último grado corresponde a los siete ángeles o espíritus inferiores encargados de formar y organizar el mundo visible.
La materia, como que es esencialmente opuesta al espíritu, y con particularidad al principio o autor del mundo de los espíritus y de la Luz, sería el origen, o, mejor dicho, la esencia del mal, cuya personificación es Satán. De aquí el predominio del mal en el mundo visible, en el cual tanto abunda la materia; y de aquí también la guerra y los esfuerzos que Satán hace para destruir la pequeña parte espiritual. De aquí procedería el antagonismo perpetuo y permanente entre Dios y Satán, entre la materia y el espíritu, entre los hombres buenos o pneumáticos y los malos o hylicos y carnales. Este antiguo concepto del mal asociado a la materia, al cuerpo humano, origina todavía hoy en muchos entornos culturales el divorcio entre religión y sexualidad, la desvalorización del placer, la división del cuerpo humano en zonas abiertas y reservadas, la tortura, el ascetismo que castiga al cuerpo para exaltar el espíritu, …  Y los que pierden su tiempo con estos supuestos males suelen cerrar los ojos frente a los males reales de la humanidad.
 «Entonces se les abrieron a entrambos los ojos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos; y cosiendo hojas de higuera se hicieron unos ceñidores.»
«Se ha roto la antigua alianza. El hombre sabe, al fin, que está solo en la inmensidad indiferente del universo, del que ha emergido por azar. Su destino y su deber no están escritos en ninguna parte. Le toca elegir entre el Reino o las tinieblas» 



















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