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EL INFINITO DESEO DE MÁS Y MÁS

 

Había una vez un pobre mendigo que se había acostumbrado a mal vivir con lo poco que le daban. Aunque no era viejo y estaba sano, no aceptaba ningún trabajo que le ofrecían y así iba de un lado para otro sobreviviendo como podía. Un día se encontró con un amigo de la infancia y ambos se pusieron a recordar viejos tiempos.

-¿A ti qué tal te ha ido? -le preguntó el amigo al mendigo.

-Muy mal -respondió-, ya ves, he tenido muy mala suerte y mi situación es lastimosa.

-Pues, mira -repuso el amigo-, yo he descubierto que tengo poderes sobrenaturales y creo que puedo ayudarte. Dicho esto, tocó con su dedo índice un ladrillo y lo convirtió en oro.

-Para ti -dijo generosamente-, esto, sin duda, aliviará muchas de tus necesidades.

-Sí -contestó el mendigo-, pero la vida es tan larga y pueden ocurrir tantas cosas. . . El hombre volvió a tocar con su dedo una gran piedra y la convirtió en oro.

-También es para ti, ahora ya jamás tendrás problemas de dinero, ¡eres rico! -dijo el amigo.

-Bueno, está bien, pero la vida es muy larga. Suceden tantas cosas, tantos imprevistos, según tienes más cosas aparecen más necesidades. . . en fin, hay vicisitudes…

- ¡Pero bueno! ¿Qué más quieres? -exclamó el amigo.

El mendigo respondió: -Quiero tu dedo.

LA NECESIDAD DE POSEER MÁS

Estamos hechos de deseos. Deseos grandes y pequeños, mezquinos y grandiosos, manifiestos y ocultos. Toda nuestra vida es un entrelazarse de deseos y aspiraciones de todo tipo, que son el motor de nuestra existencia.
Algunos de nuestros afanes se realizan, total o parcialmente, otros fracasan. En ocasiones se cumplen gracias a nuestro empeño, otras veces se frustran a pesar de él. Pensamos que lo justo, lo que necesitamos, es precisamente satisfacer nuestros anhelos, en la forma que imaginamos, pues en ello ciframos la felicidad de nuestra vida. Y por eso, cuando estos deseos se malogran, a menudo surge la sensación de vacío, el resentimiento e incluso la violencia, que caracterizan a nuestro tiempo… 
Nuestra vida se convierte entonces en confusión y queja, más o menos explícita, más o menos desesperada. Pero incluso cuando estos deseos se cumplen, la promesa que encerraban se revela insuficiente. Y de nuevo buscamos otros objetivos, seguimos agitándonos a la espera de una plenitud que no acaba de llegar. Somos estructuralmente insatisfechos. ¿Será que deseamos demasiado? ¿Deberíamos moderar nuestros deseos? ¿O podríamos proponernos objetivos más modestos y 
alcanzables? El poder (político, económico o mediático) sabe distraernos, proponiéndonos nuevos horizontes, nuevas metas pequeñas que nos mantengan ocupados, aprovechando nuestra natural insaciabilidad.
¿Cabe otra posibilidad? Quizá esta maraña de deseos no sea sino la expresión de un único gran deseo: el deseo de totalidad, de plenitud. De este modo, todos nuestros afanes se convierten en signo y manifestación de un deseo infinito, que late en el fondo de cada deseo particular y explica su insuficiencia: “Cada deseo que se asoma al corazón humano se hace eco de un deseo fundamental que jamás se sacia plenamente” (Benedicto XVI). Solo así nuestra confusión comienza a aclararse y la tentación de la violencia o del lamento disminuye. En realidad, nuestra satisfacción no está tanto en esto o aquello, sino que nuestros deseos particulares reflejan el único deseo de infinito.
Los grandes deseos no son un obstáculo para la vida, sino lo que hace irreductible al ser humano, y el punto en el que todos coincidimos. Cada persona es relación con el Infinito; por ello, la satisfacción no puede esperarse de las infinitas cosas que deseamos, sino de conocer y amar a ese Infinito. 
QUERER SIEMPRE MÁS Y SER INFELICES CON LO QUE TENEMOS
Nos han diseñado para querer siempre más y así ser infelices con lo que tenemos. 
Hay gente con poco dinero, con dinero y con mucho dinero. Todos han dicho algo del estilo a: "ojalá tuviera más para..." Son los pocos los que saben qué hacer y cómo disfrutar de ese dinero. Dudo que ese más sea cuantificable, ese más nunca será suficiente. Quizá tengas suficiente para hacer lo que dices que quieres hacer.
Gente con influencia: sin redes sociales, con 100 seguidores, con miles y con millones. Todos han dicho: "ojalá tuviera más, ojalá llegara a más gente, ojalá a mí también..." Ese más nunca será suficiente, ese más no te permitirá disfrutar ni entender lo que ya tienes, ni, quizá influir en alguien que realmente te importe.
He dicho, no pocas veces, estás preciosa. Siempre me responde: "he cogido unos kilos, eres tú que me miras con buenos ojos o ¿estás intentando acostarte conmigo? Son pocos/as los que asienten, empatizan y disfrutan. Personas autónomas sin nómina, a freelance, a emprendedores, a empresarios... "Ojalá tuviera más clientes, el negocio fuera mejor o tenemos que crecer mucho todavía" son pocos los que responden: lo estamos pasando bien, a ver dónde llegamos... Individuos corriendo lento, rápido, corta distancia y larga distancia. Pocos se conforman con disfrutar del mero hecho de correr.
QUERER MÁS, DESEO DE MÁS
El ego se identifica con lo que se tiene, pero la satisfacción que se obtiene es relativamente efímera y de corta duración. Oculto dentro de él permanece un sentimiento profundo de insatisfacción, de "no tener suficiente", de estar incompleto. "Todavía no tengo suficiente".
La necesidad de poseer más, a la cual denominamos "deseo". No hay ego que pueda durar mucho tiempo sin la necesidad de poseer más. Por consiguiente, el deseo mantiene al ego vivo durante más tiempo que la propiedad. El ego desea desear más que lo que desea tener. Así, la satisfacción somera de poseer siempre se reemplaza por más deseo. Se trata de la necesidad psicológica de tener más, es decir, más cosas con las cuales identificarse. Es una necesidad adictiva y no es auténtica.






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