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CENTRALIA

 El pueblo que arde desde hace más de medio siglo

Que la realidad supera a la ficción en muchas ocasiones hemos podido comprobarlo infinidad de veces. Un claro ejemplo de realidad increíble es el pueblo norteamericano de Centralia.
Un brumoso y solitario paraje del que sus habitantes fueron marchándose poco a poco pues su combustión interna hace que sea bastante arriesgado vivir en él. Ni más ni menos que 58 años ardiendo ininterrumpidamente. Los depósitos de carbón existentes bajo el pueblo son los culpables de que los sueños de sus antiguos vecinos ardan eternamente.
Centralia y su peculiar historia
El origen de tan siniestro lugar, ubicado en el estado de Pensilvania, se remonta a 1841, al abrirse la taberna Bull´s Head por parte de Johnathan Faust. Unos años más tarde, Alexander W. Rea, ingeniero minero civil, puso un poco de orden a la anarquía urbana y construyó calles y parcelas. No fue hasta 1865, sin embargo, que el pueblo conocido como Centreville, sin embargo, fue rebautizado como Centralia al haberse establecido allí una oficina de correos.
La principal fuente de ingresos del pueblo era la extracción de carbón de las minas. Aunque tal actividad duró hasta la década de los sesenta y hasta el año 1982 continuó realizándose minería de contrabando.
La ciudad fue desarrollándose a lo largo de un siglo. Entre los servicios disponibles en diferentes épocas se podían encontrar, entre otros, una escuela de educación primaria y secundaria, dos escuelas católicas, siete iglesias, cinco hoteles, un banco, una oficina postal, dos teatros o veintisiete salones
El incendio
Pero por lo que realmente es conocido este pueblo en todo el mundo es por el eterno incendio que lleva en activo desde 1962. Tras encenderse un fuego para quemar basura en el interior de la fosa de una mina abandonada, en la zona sudeste del pueblo, las llamas prendieron la veta expuesta de carbón. Acto seguido la lumbre se extendió por el resto de minas de carbón que se encuentran bajo el pueblo.
Fue imposible de apagar, pese a los esfuerzos de los bomberos. Durante la década de los sesenta continuó la combustión, afectando a la salud de varias personas debido al monóxido de carbono generado por el incendio.
Pese a respirar una atmósfera nada saludable, los habitantes del pueblo no se preocuparon realmente de su situación hasta que, en 1979, el dueño de una gasolinera quiso verificar el nivel inflamable de los tanques subterráneos. Al retirar la varilla de comprobación descubrió que estaba abrasando. Acto seguido bajó un termómetro atado a una cuerda y se quedó alucinado al ver que la temperatura de la gasolina en el tanque era de 78ºC. Dos años más tarde, el suelo se abrió bajo los pies de un chico de doce años, cayendo este a un pozo de decenas de metros de profundidad. Hecho que dio lugar a que el todo el país se interesara por la situación del pueblo y el gobierno destinase millones de dólares para reubicar a sus habitantes en los pueblos vecinos.
Solo unos pocos decidieron quedarse en este dantesco lugar de calles resquebrajadas por las que sale un humo nocivo constantemente. En 1992 fueron expropiados todos los inmuebles del municipio. Los escasos residentes recurrieron a los tribunales para defender sus derechos, pero fue una batalla perdida. El servicio postal norteamericano eliminó en 2002 el código de área del pueblo. En 2013 tan sólo quedaban 7 habitantes.
Iglesia ucraniana
Como anécdota de resistencia en Centralia está la iglesia ucraniana. Se trata de un templo religioso que ha aguantado hasta hoy gracias a que fue construido sobre roca sólida. En 2015 el jefe de la Iglesia Católica de Ucrania y Arzobispo Mayor, Sviatoslav Shevchuk, viajó al pueblo. Sorprendido de la iglesia siguiera aún en pie la convirtió en un lugar de peregrinación. Consiguió entonces que en agosto de 2016 acudiesen creyentes y antiguos vecinos del pueblo a visitarla. En total asistieron entre 500 y 600 personas.
La realista inspiración de Silent Hill
El famoso viedojuego de terror y supervivencia «Silent Hill» se desarrolla en una ciudad ficticia del mismo nombre, ubicada en Estados Unidos. Aunque su localización es ambigua, los juegos originales la sitúan en el estado de Maine. Al saltar al cine, «Silent Hill», la colina silenciosa, acabaría localizada en Virginia Occidental, aunque los guionistas se inspiraron en Centralia, el misterioso pueblo que arde desde hace más de medio siglo.
Los fantasmas de Centralia
La historia cuenta que, en 1962, los residentes de la ciudad de Centralia, Pensilvania, recibieron la tarea de limpiar montones de basura en preparación para la celebración del fin de semana del Día de los Caídos. Los montones de maleza cortada, madera y muebles viejos fueron empujados hacia la
entrada de una vieja mina abandonada y el departamento de bomberos del pueblo les prendió fuego de forma controlada. Varios días después, los residentes notaron que el fuego seguía ardiendo. El departamento de bomberos regresó al sitio solo para descubrir que el fuego se había extendido profundamente en la mina y había incendiado las vetas de carbón de antracita. Hoy, más de cincuenta años después, el fuego sigue ardiendo y el pueblo de Centralia ya no existe.
Ubicado a unas 100 millas al noroeste de Filadelfia, Centralia era un pueblo minero. Construido a lo largo de las crestas y los valles de las Montañas Apalaches, personificó lo que era el centro de Pensilvania en ese momento: un área construida sobre carbón.
La minería comenzó en Centralia a mediados del siglo XIX y prosperó a medida que surgieron campamentos mineros en los bosques y las laderas de las montañas que rodean la ciudad. Una vez que se completó el ferrocarril a través de esta pintoresca comunidad, cantidades masivas de carbón de antracita comenzaron a salir de la región con destino a los centros de fabricación en el noreste y más allá. Para 1900, la ciudad era vibrante, con cines, hoteles, bancos, iglesias y casi 30 salones. Sin embargo, con el estallido de la Primera Guerra Mundial, muchos jóvenes de la zona fueron enviados 
a la guerra mientras que las huelgas en la mina provocaron una reducción de la producción de carbón. Sumado a este problema, aparecieron formas de energía nuevas y más eficientes y la demanda de carbón de antracita comenzó a disminuir. En 1929, la gran depresión obligó al cierre de algunas de las minas y Centralia empezó a cambiar, perdiendo casi la mitad de su población.
Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, las minas comenzaron a ver más trabajo, pero fue de corta duración ya que Centralia nunca volvió a alcanzar el nivel de actividad que había disfrutado unos 60 años antes. Aunque la minería continuó esporádicamente, finalmente murió con el comienzo del incendio de la mina.
Los múltiples intentos de extinguir el fuego fueron en gran parte infructuosos. Los intentos de extinguir la conflagración incluyeron de todo, desde verter grandes cantidades de agua en los pozos de la mina hasta acumular grandes cantidades de cenizas volantes para sofocar el fuego, pero fueron inútiles. Los geólogos afirmaron que costaría casi mil millones de dólares montar una lucha seria contra este incendio y, aun así, no podían garantizar el éxito. La única certeza era que este fuego podría arder durante décadas, o tal vez más, dada la abundancia de combustible presente y la cantidad de pozos mineros en la región.
El fuego continuó ardiendo sin cesar y finalmente llegó al centro de población. Al hablar sobre este pueblo con un amigo que es del área, me dijo: “Este incendio ardió debajo de la ruta 61, una carretera importante que atraviesa esa parte de Pensilvania. Recuerdo conducir allí regularmente en la década de 1980 y ver el vapor y el humo saliendo de ambos lados de la carretera y de los conductos de ventilación en las laderas. Lo que fue tan surrealista fue el invierno, cuando la nieve se acumulaba en un área mientras que otros lugares estaban completamente secos”.
Finalmente, el fuego atravesó la superficie. Las llamas azules y anaranjadas se podían ver como agujeros abiertos que arrojaban humos asfixiantes que abrumaron algunas partes de la ciudad. Los gases del incendio comenzaron a filtrarse en los sótanos, las temperaturas superficiales del suelo en algunas áreas alcanzaron casi los 140 grados y partes de la ciudad comenzaron a colapsar. Tan peligrosa era Centralia que un niño casi fue tragado por la mina en llamas cuando un pedazo de tierra en el que estaba jugando se derrumbó. Colgado de las raíces de los árboles, fue rescatado por un amigo. Las cosas habían alcanzado proporciones de crisis.
Luego, en 1984, el Congreso asignó $42 millones para reubicar a los residentes del pueblo. Muchos protestaron por irse, especialmente los adultos mayores, que no querían nada más que vivir sus vidas en un lugar que les proporcionó décadas de seguridad y consuelo. Surgieron discusiones entre los residentes de la ciudad sobre los peligros reales del incendio y por qué tenían que irse. Después de peleas judiciales e intervenciones legales, la mayoría entregó aquello por lo que había trabajado toda su vida y se fue. Para el 2005 Centralia estaba muerta y para muchos también sus sueños y aspiraciones.
Hoy, Centralia es un pueblo fantasma. Una vez con más de 500 edificios, ahora solo quedan unas pocas estructuras. Lo que fue el hogar de miles de personas que vivían un estilo de vida retroactivo de mediados del siglo XX se ha reducido a campos vacíos, paisajes colapsados y calles llenas de grafitis que conducen a ninguna parte.
Pero una ciudad, después de todo, no se trata de edificios sino de personas. Muchos de los de Centralia eran mayores y venían de una época diferente. La cultura era únicamente la antigua Pensilvania con celebraciones masivas de fiestas nacionales, picnics familiares a la sombra de hermosas montañas, conciertos de bandas en las calurosas noches de verano en el parque de la ciudad y recuerdos de criar familias que permanecerían y continuarían con las tradiciones de la ciudad. Ningún grupo de personas se vio más afectado cuando Centralia desapareció que los ancianos.














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