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EL BURRO DE BURIDÁN

 

Cuenta la paradoja del asno de Buridán, que un burro que tenía mucha hambre no llegaba a decidirse entre dos sacos llenos de heno que tenía a su alcance, a su derecha y a su izquierda, pues ambos eran idénticos e igualmente apetecibles. Llegó hasta tal punto su vacilación que acabó muriendo de hambre, incapaz de tomar una decisión.

En la vida, diariamente, nos enfrentamos a numerosas situaciones en las que nos vemos obligados a tomar decisiones, muchas de las cuales tienen un contenido con tintes claramente económicos. Puede darse el caso de que la inacción fruto de la indecisión, desidia o pereza no tenga mayor repercusión, y si no te decides por ir al cine o al teatro acabes quedándote en casa viendo la televisión, pero también puede ocurrir que el hecho de no ser capaz de tomar decisiones -como le pasó a nuestro burro- acarree importantes consecuencias, o que tomemos decisiones torpes, inadecuadas o directamente erróneas; lesivas en definitiva para nuestros intereses.

Para tomar decisiones acertadas es fundamental contar con algún criterio de elección. Es cierto que, en determinadas circunstancias, llevar a cabo decisiones irreflexivas pueden arrojar resultados positivos. De hecho, a nuestro burro más le hubiera valido no haber reflexionado nada, y haberse dirigido, por ejemplo, hacia el saco de su derecha ya que por orden alfabético “derecha” va antes que “izquierda” -aunque en puridad esto ya podría considerarse el contar con un criterio de elección- y no haber seguido pensando si tal vez era mejor dirigirse hacia el saco de su izquierda, pues a lo mejor debía de utilizar el orden alfabético inverso. Por otra parte, es tal la cantidad de decisiones que de manera consciente o inconsciente tomamos a diario que si nos dedicáramos a examinar concienzudamente todas ellas estaríamos acometiendo una tarea del todo inabarcable. 

No obstante, transitar por la vida sin ponderar nunca mínimamente los beneficios y los costes, los pros y los contras de nuestras decisiones, especialmente de aquellas situaciones más importantes, no parece la postura más inteligente.
Si no queremos asemejarnos al asno de este relato, como puso de manifiesto en sus Proverbios y Cantares Antonio Machado, con su popular frase que afirma que “todo necio confunde valor y precio”, pero baste con señalar que el aire que respiramos no tiene precio, pues al menos por ahora no pagamos nada por respirar, pero tiene un valor enorme pues sin él no tendríamos oportunidad de vivir-.
Por supuesto, las decisiones que son óptimas para un individuo no tienen por qué serlo para otro, aunque sean personas que se encuentren en contextos o circunstancias parecidos, cuenten con el mismo grado de información, y adopten un criterio similar para sus respectivas tomas de decisiones. Y esto es así por varios motivos. En primer lugar, los gustos o preferencias que exprese una persona entre distintos bienes pueden diferir enormemente de los que manifieste otra. Del mismo modo, la postura ante el riesgo que muestren los individuos ante situaciones semejantes puede ser muy distinta, incluso totalmente opuesta. Hay personas mucho más lanzadas que otras a la hora de acometer inversiones financieras, por ejemplo, y están dispuestas a apostar por alternativas que potencialmente pueden ser más remuneradoras y ofrecer una mayor rentabilidad, aunque sea a costa de incrementar las posibilidades de incurrir en pérdidas si la evolución de los precios de los productos en los que se plasmen esas inversiones no es la esperada
Tenemos que aprender, por tanto, a tomar decisiones económicas acertadas para no incurrir en errores de inacción como el de nuestro querido asno, valorando adecuadamente la información que podamos recabar, y siendo conscientes de que el riesgo que una persona esté dispuesta a incurrir no debe constituir necesariamente la referencia para otra diferente.
Frente a dos montones de heno, exactamente iguales y a la misma distancia se encuentra un burro y no es capaz de decidirse por ninguno de los dos y como consecuencia de su duda, se queda quieto, muriéndose de hambre. La paradoja consiste en que, pudiendo comer, no come porque no logra decidir qué montón es más conveniente.
¿Cuántas veces hemos estado en el lugar del asno? Nos centramos en dar vueltas y vueltas a nuestros pensamientos, a los pros y a los contras, y nos sentimos cada vez más bloqueados. Y cuantas veces estos bloqueos nos llevan a perder oportunidades.
 En los casos en los que tenemos que elegir entre dos opciones incompatibles tenemos que estar dispuestos a experimentar sensaciones y emociones desagradables ya que la pérdida está garantizada. Frente a esta disyuntiva, de nada sirve que nos llenemos de razones (realistas y objetivas) por las que es mejor tomar una opción frente a la otra. Estas razones impersonales no tendrán ningún poder en nuestras acciones si no hay un motivo que dirija la decisión, es decir un VALOR.
 Valores
Son cualidades que deseamos para nosotros. No son reglas, ni objetivos ni metas. No nos las imponemos, sino que las elegimos porque queremos, para crecer y satisfacer nuestros deseos. No pueden depender de cómo actúen los demás, sino únicamente de cómo actuemos nosotros, y tenemos que poder llevarlos a cabo desde este preciso momento. Una vez que tenemos claros nuestros valores, hay que fijarse pequeños
pasos para llevarlos a la acción, sino únicamente se quedarán en nuestros pensamientos.
Para tomar una decisión tendremos que plantearnos si estas dos opciones en las que nos encontramos corresponden con valores que queremos tener en nuestra vida. Por ejemplo:  
Si quiero continuar con mi pareja o estar sola. ¿Qué cualidades de las que deseo para mí están en cada una de las dos opciones? ¿Qué opción me acercaría más a la persona que quiero ser hoy?
Si lo que ocurre es que las dos opciones corresponden con dos valores que sí deseo tener en mi vida, estaremos ante un problema de conflicto de valores. Por ejemplo: Quiero ser más eficaz en mi trabajo y dedicarle más tiempo y a la vez quiero mejorar la relación con mi hijo y pasar más tiempo con él. ¿Qué haremos para resolver este conflicto? Quizás estas preguntas te ayuden:
1. Describe las necesidades de cada valor ¿Cuáles serían sus peticiones “de máximos”? ¿Qué te pediría cada valor?
2. Identifica los puntos flexibles: ¿qué actuaciones acordes con ese valor estarías dispuesto a cambiar o a interrumpir, a cambio de dar más espacio al otro?
Algo que nos emociona, que nos conmueve, permite la libertad de elegir la acción asociada a ese valor. Si nos sometemos a un único modo de actuar, bloqueándonos, podemos morir de inanición.
La libertad del hombre, su capacidad de raciocinio, ha sido puesta en entredicho a lo largo de la historia (en vez de una elección libre, todas las decisiones, lo que ocurre en el mundo, está determinado por una razón última, Dios).
La paradoja muestra que, si no hay un motivo que dirija la decisión, unas preferencias frente a otras, no habrá acción.
Al tomar una decisión, no nos basamos (al menos no únicamente), en una serie de argumentos equilibrados, ponderados mediante la razón. Elegimos algo determinado dirigidos básicamente según un valor previo, teniendo en cuenta si preferimos eso a otra cosa. Posteriormente vemos esas razones, lo que nos ha impulsado a nuestra elección, como algo razonable. No es cuestión únicamente de argumentos, razones, también debemos tener en cuenta lo que nos hace preferir algo a otra cosa.
Tener en cuenta una razón fría, desconectada de los valores, no lleva a ningún puerto, sino que nos deja en la inamovible indecisión. Algo que nos emociona, que nos atrae, obra más importancia, y es la libertad presupuesta para llevar a cambio cualquier acción. Tenemos la libertad de determinar el rumbo de las cosas, no estamos sometidos a un único modo de obrar, y además se resalta que de hacer esto, de no decidir por algo en vez de por otra cosa, podemos morir de inanición. Tanto si nos dirigimos por una razón fría y basada solamente en «razones», (por tanto, desconectada de los valores, lo preferible) como si nos guiamos impulsivamente por el «corazón» (y nos desconectamos de 
lo razonable, la capacidad de razonar), la decisión final que tomemos corre peligro. La razón y el corazón son necesarios (con-razón).
De la razón a la acción: argumentar razones, elegir unas frente a otras es necesario, pero a continuación se ha de pasar a la acción: es ahí cuando se prefieren unos argumentos frente a otros: las propias razones, se hacen propias las razones).
Contra el determinismo («las cosas son así y no se puede hacer nada»), existe la libertad, los motivos, las preferencias.
Bien, pues el burro de Buridán es el protagonista de una paradoja medieval que pretendía, por reducción al absurdo, atacar a la razón como la fuente máxima y única de conocimiento. Concretamente esta historia nació para criticar la demostración racional de la existencia de Dios que hizo Jean Buridán.
¿Qué absurdo no? Pues bien, por absurdo que parezca seguro que conoces a alguna persona que es como el burro de Buridán, incluso puede ser que tú mismo lo hayas sido en una ocasión. Normalmente las opciones que barajamos a la hora de tomar una decisión no están equidistantes, pero sí pueden ser similares en cuanto al nivel de atractivo que les vemos.
¿Qué pasa entonces? Que nos ponemos a profundizar, a evaluar pros y contras y….. ¿qué pasa a menudo también? Que alguna de las dos opciones desaparece y en el peor de los casos las dos, y nos quedamos sin nada. Ya os contábamos que la indecisión es la mejor ladrona de la oportunidad.








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